sábado, 30 de abril de 2011

RELATOS I. SILENCIO

Transcurrían, lentas, las horas en aquella extraña habitación. El lugar se presentaba frío, monótono en su blanco color sin mayor decoración que la fugaz presencia de algún diminuto insecto que correteaba por la insípida pared. Eran frías y lisas, muy lisas, aquellas paredes.
Mis manos acariciaban, con la palma de estas, aquellas paredes. Con aquel delicado gesto trataba de encontrar un pequeño espacio destinado a escapar de aquel extraño lugar. Pero lo único que encontré fue nada.
No encontraba motivo por el cual me tuviera que ver dentro de aquella habitación. Incluso, por muy extraño que resulte, no recordaba como había llegado allí ni cuanto tiempo llevaría allí dentro.
Eran frías, muy frías, aquellas paredes.

Mi mente giraba una y otra vez, una y otra vez, tratando de vislumbrar una explicación lógica a todo aquel extraño sin sentido, pero sólo estábamos yo, aquellas cuatro paredes frías y lisas, el pequeño insecto que corría por allí y aquel color blanco que llegaba a dañar mis retinas.
En más de una ocasión contuve la respiración para ver si podía escuchar algún sonido, algún ruido familiar que me pudiera transmitir algo para poder trenzar el remolino de preguntas que martilleaban mi cabeza. Silencio, eso era todo... silencio.
Empezaba a encontrarme un poco nervioso, aquella incertidumbre estaba empezando a desesperarme. Si al menos alguien apareciera para explicarme el motivo de mi encarcelamiento, pero aquí no aparece nadie.

Han pasado varios días, o eso me parece a mi. No tengo sensación de hambre, es como si mi cuerpo consiguiera alimentarse de la nada reinante en aquel extraño, frío y blanco lugar. Tampoco tengo sensación de cansancio, no recuerdo que en ningún momento haya tratado de dormir o me haya dormido, pero mi cuerpo está fuerte y en plena actividad física. He empezado a trabajar un poco mi cuerpo, tantas horas aquí metido sin hacer nada estaban empezando a fatigar mi físico.
Es extraño, pero no me siento aburrido. Es como si durante todo este interminable tiempo estuviera entretenido con mis propios pensamientos, pero no recuerdo entretenerme pensando en nada. Creo que estoy empezando a perder la cabeza y nadie aparece para darme una sencilla explicación, no quiero más, sólo una pequeña explicación. Incluso no me enfadaré con mi captor, lo interpretaré como una pesada jugarreta, pero lo dejaré ahí. Silencio, es todo lo que obtengo.

Hace unos días he empezado a percibir unos leves murmullos, no soy capaz de entender nada de lo que hablan esas lejanas voces, pero escucho algo. Es una cosa muy breve y, a veces, existen largos periodos de días entre un murmullo y otro. Pero es extremadamente agradable percibir algo más de sonido que no este cruel silencio.
Sigo sin comer, sin dormir, sin necesidad de ir al baño. Esto me tiene muy intrigado, ¿cómo hago mis propias deposiciones? Aquí dentro no hay un retrete, no hay nada, ni un agujero en el suelo... nada, es todo blanco, frío y silencio, silencio roto de vez en cuando por el murmullo de esas voces lejanas pero tan cercanas y encantadoras.

Mis manos ya no son capaces de sentir aquel frío que transmitían aquellas blancas y lisas paredes. Ya me había acostumbrado, formaban parte de mi, yo formaba parte de aquel lugar, no tenía escapatoria posible, sería allí en donde moriría tarde o temprano. Allí tendido miraba el cielo blanco que me ofrecía mi asquerosa, pero blanca, habitación. Los murmullos ya no me resultaban tan encantadores, cuando llegaban los usaba para estar entretenido un rato, lo que durasen, después me entretenía con el silencio, aquel pesado silencio.

Ya no tengo más ganas de pensar, de saber que ha ocurrido con mi vida y que será de ella. Porque motivo estoy aquí dentro, a quien se le habrá pasado por la cabeza secuestrar a una persona y dejarla a su suerte dentro de este lugar. A veces logro entender algo de esos murmullos, algo que se asemeja a las palabras hospital, estable... pero son tan sutiles que casi no soy capaz de percibir nada. Mi esperanza a llegado a un punto en el cual no quiere luchar, no quiero luchar. Me dejaré morir aquí, me dejaré atrapado en este estúpido lugar de color blanco, de paredes lisas y frías, de pequeños insectos que corren como intentando huir de este infierno, de esporádicos murmullos que no me dicen nada y, sobretodo lo que ha destruido mi alma, silencio. Un infernal y eterno silencio.

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Silencio por Joaquín Giraldo Hurtado se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

lunes, 4 de abril de 2011

AL DECIR ADIÓS...









Mi madre tiene una costumbre muy curiosa, tan curiosa que seguramente otras personas también la tienen, y es decir al despedirse: "Hasta mañana, si Dios quiere". A lo que yo siempre le respondo: "¿Por qué no va a querer?".

Es muy curiosa la magnitud que tiene una simple despedida, una simple frase o palabra en las personas.
Hasta mañana, adiós, hasta luego, ciao, bye, deu, nos vemos, ta luego, que vaya bien, ojito... y tantas y tantas maneras que utilizan las personas para despedirse de otras.

Las despedidas no implican que haya de ser una separación de duración prolongada, puede ser de unas horas, unos días o semanas. Cuando el tiempo de separación es muy largo, la palabra acostumbra a ir acompañada de representaciones físicas de afecto: besos, abrazos, estrechar las manos, golpecitos en la espalda... Es muy fácil de ver, cuando dos personas se dicen "hasta pronto" y se funden en un gran abrazo, esto nos hace saber que estas personas tardarán un tiempo en volver a reencontrarse. Si la cosa va acompañada de lágrimas podemos echarnos las manos a la cabeza, el drama está garantizado.
Estas son las despedidas que uno trata de apartar porque después de ella te golpea un estado de bajón horrible.

Una de mis despedidas favoritas son esas que llamo "de segundo". Vas por la calle y ves venir de frente a alguien con quien no te quieres parar a hablar, así que aprietas un poco el paso y casi cuando ya estáis a la misma altura le das un saludo de esos de sorpresa "¡¡Hey!!" seguido de un "¡¡venga, que vaya bien!!" o un guiño de ojos seguido de un "¡¡hasta luego!!" alargando la "o", claro está. Son como un golpe de esos de películas de karate, rápidos, directos, sin dar tiempo a reaccionar a la otra persona. ¡Zas, zas! y a seguir camino.

Luego están aquellos que te sirven para saludar a gente que no está en ese momento: "hasta luego, por cierto, mándale recuerdos a tu hermana de mi parte". A la hermana, al padre, a la madre, al hermano, al sobrino, al abuelo... a quien haga falta. Pero siempre lo decimos cuando ya hemos iniciado la marcha para seguir nuestro camino, levantando un poco la voz para que el resto de viandantes se percaten de a quien mandamos saludos.

¿Y esas despedidas "de abuela"? No dicen nada, pero antes de que salgas por la puerta te agarran la cara y comienzan a darte besos. ¡Mua, mua, mua, mua! seguido de algún "que guapo/a que es mi niño/a". Pero a las abuelas no se le puede reprochar nada, sólo que quieran limpiarte alguna mancha que tienes en la cara con el pulgar mojado en su propia saliva o chupando una punta del pañuelo que llevan, pero esa ya es otra historia.

Jo, cuantas maneras hay de despedirse. Pero las mejores, aquellas que todos deberíamos imitar son la manera que tienen los niños de despedirse. Ellos en el momento en que escuchan que se van se levantan, se van para la puerta, la abren y salen para fuera. Es entonces cuando la madre o el padre lo llaman y le preguntan si no va a despedirse, a lo que el niño responde, con un poco de suerte "¡adiós!" cuando antes no ha dicho un rotundo "¡NO!".
Si es que deberíamos fijarnos más a menudo en los niños.